EL HIYAB Y OCCICENTE


REDACCION Y FOTOGRAFÍA:
M. Laure Rodríguez Quiroga
Directora de Torre de Babel

Bismillah ir-Rahman ir-Rahim

"A las mujeres no se les permite cubrir la cara.


A Muhammad (Profeta) le preguntaron qué incluye la cara.


“Él señaló de su frente a su barba, y de mejilla a mejilla”


(Abu Dawood)



La situación de la mujer en los países del Islam es el flanco preferido para los ataques occidentales contra el mundo musulmán. Para Occidente la mujer musulmana, oculta bajo el “velo”, sufre con fatalismo una opresión sin límites de la que Occidente tiene que salvarla. Los países occidentales, a lo largo de los siglos, han venido transmitiendo una imagen negativa del Islam, configurando una visión preconcebida acerca de lo que es ser mujer musulmana, y trabajando sobre esa visión, al margen de que no responda a la realidad.

Así, desde las artes, la música y el discurso literario se ha venido presentando una imagen de la mujer musulmana producto del inconsciente sexual occidental. Bajo estas premisas, el artista Ingres pinta en 1862 “El baño turco”. Éste y otros muchos pintores plasmaron desde el punto de vista occidental imágenes de mujeres islámicas desnudas, excitantes, pero también pasivas y fáciles de someter… ¡todo un ideal de mujer soñada por los hombres occidentales!

También la gran pantalla ha venido representando a sí a la mujer musulmana, es decir, bailando la danza del vientre, ligera de ropa y feliz de servir a su marido. Así se presentan esas mujeres en los filmes de aventuras, tipo “Simbad el Marino” o “Las Mil y una noches”. Elvis Presley resumió esta visión estereotipada, en su película “Harem Sacrum” (1965) en la que cantó: “Me voy a ir donde brilla el sol del desierto, donde siempre hay diversión, me voy al lugar donde bailan las chicas del harén, donde hay romance y amor. En pocas palabras: ¡AL Oriente, chicos! Estarás como un jeque: rico, imponente, bailando chicas a tus órdenes. En cuanto oiga la llamada del paraíso, en una tienda me colaré. El amor como a mí me plazca haré: ¡al Oriente, a beber y a disfrutar! ¡Al Oriente, chicos!

Así pues, la mirada que lanza Occidente hacia la zona árabo-islámica resulta contradictoria. Si por una parte el Oriente es exotismo y sensualidad, por otra se presenta sumido en el atraso y el machismo.

En el fondo subyace el problema de que en Occidente –víctimas de una desinformación secular- ven al Islam como algo extraño a su propio devenir histórico, pese a que fue el Islam el que rescató para el mundo la cultura grecolatina y el que transmitió el espíritu humanista. Pero la escasa información que tenemos sobre el mundo árabo-musulmán, especialmente la información limpia de cualquier carga de subjetividad, encasilla a sus hombres y a sus mujeres en una forma de ser y comportarse generalizada.

En este sentido, los medios de comunicación también han contribuido de forma consciente a crear un estereotipo del género femenino y de las relaciones hombre-mujer en el Islam. Si se recopila la información que se transmite a través de la prensa y la televisión, tan sólo obtendremos mujeres quemadas por sus maridos en Pakistán, mujeres invisibles en Afganistán, poligamia, fundamentalismo y noticias en los colegios por ir las niñas con pañuelo.

Y precisamente, esta última manifestación, la del uso del “hiyab” o pañuelo está siendo utilizada, una vez más, como un ataque al Islam, tanto por parte de la clase política y los medios de comunicación, como también por parte de la sociedad, denotando un grave déficit de educación para el respeto y la convivencia.

En efecto, a pesar de la creciente diversidad cultural que se abre paso en el seno de la sociedad española, la pluralidad de voces, ideas y conceptos de vida no está siendo reconocido. Conceptos muy oídos en nuestra sociedad como multiculturalidad, plurietnicidad, interculturalidad…, de momento son sólo palabras, suponen más un propósito que una realidad, estos conceptos se manejan, desde la miope óptica de lo políticamente correcto, pero no se interiorizan conscientemente.

Por eso, se nos llena la boca de palabras como tolerancia e interculturalidad, pero cuando una mujer musulmana en occidente decide ponerse el pañuelo, se torna patente el rechazo social a la persona diferente y afloran los prejuicios siempre latentes.

Así, sin ni siquiera plantear cuál es la voluntad de las mujeres musulmanas con respecto al “hiyab”, se han disparado numerosas campañas que sólo contribuyen a agravar aun más la imagen de la mujer en el Islam, ayudando a perpetuar su situación de invisibilidad. Se mezclan conceptos interpretando bajo un mismo parámetro al “hiyab”, al “chaddor” y al “burka”, y se lanzan consignas como “levantar el velo” de las mujeres musulmanas, con toda su desafortunada carga de violación de la intimidad, de falta de respeto y de prepotencia.

El contenido y significado del uso del Hiyab (velo/amuleto-protección) dista por completo de la imposición del Burka (traje típico de algunas zonas de Afganistán previo al contacto con el Islam) cuyo objetivo es anular física, espiritual e intelectualmente a la mujer.

Además, el intentar generalizar diciendo que las preocupaciones y situación de la mujer marroquí es la misma que las de la mujer de Arabia Saudita o las de las musulmanas brasileñas, sería cometer el mismo error que comparar a la mujer alemana con la finlandesa o la portuguesa.

Los motivos por los cuales una mujer se pone el “hiyab”, ya sean intelectuales, religiosos o nacionalistas, e incluso las diferencias estéticas en el modo de llevarlo nos descubren mujeres muy diversas entre sí. La misma práctica cultural se reviste de una simbología distinta según la mujer que lo lleva.

No obstante, podríamos diferenciar dos tipos de “hiyab”, sociológicamente hablando: el político y el social.

“HIYAB” POLÍTICO

Lo que varias autoras musulmanas han dado en llamar el “velo político” se caracteriza por la imposición de un modelo social determinado sobre la mujer. En estas situaciones e utilizado para silenciar a las mujeres, para institucionalizar su inferioridad como ingrediente intrínseco de su feminidad.

Esta obligatoriedad del “velo” se basa en una interpretación manipuladora de los textos sagrados y de la Shari’a. Por ello, tanto la imposición de la indumentaria, como su prohibición (caso de Turquía y algunos países occidentales) están expresando de igual forma la intolerancia y la prepotencia de ciertos grupos que no respetan la voluntad de las mujeres. Estas actitudes hacen sufrir a muchas mujeres, tanto a las que obligan a llevar el pañuelo, como a las que discriminan por llevarlo libremente.

Este tipo de actitudes no deben gozar de un cierto relativismo cultural, sino que deben ser objeto de condena y denuncia, pero siempre teniendo en cuenta que la mujer musulmana tiene su propia voz y que nadie tiene por qué hablar por ella.

La tarea de esas mujeres es difícil ya que sus sociedades no están acostumbradas a revisar de forma crítica los valores heredados ni a reflexionar sobre ellos, y, en especial, sobre aquéllos que tienen que ver con la mujer. Pero las mujeres musulmanas vienen realizando un certero diagnóstico de la situación en los países islámicos, y a este respecto resulta esclarecedor el siguiente texto de la musulmana española Khadija Candela, de la Comunidad An-Nisa, que dice: “…tanto los principios coránicos que sancionan la igualdad de derechos, como los textos constitucionales de las naciones islámicas, son ignorados o interpretados a favor de una política sexista y teñida de misoginia […] por los grupos de integristas islámicos modernos. Teólogos musulmanes fundamentalistas, han incorporado a la tradición sus propios sentimientos misóginos, dando lugar a lo que escritoras como Fátima Mernissi denominan ‘Misoginia Islámica’ […]

Y la tradición al menaje igualitario del Profeta […], se realiza en uno de los ámbitos que él más amaba: las mujeres. Por eso, como mujer musulmana vivo como una doble traición las interpretaciones misóginas del Corán […]”

El hecho de que se obligue a las mujeres a regresar al “hiyab”, expresa la crisis en la identidad masculina ante una mujer capaz de lograr los mismos resultados y compartir el espacio de los hombres.

PAÑUELO SOCIAL

Sin embargo, existen otros contextos para cubrirse el pelo: el de la costumbre social y cultural y el de la libre decisión de la mujer para llevarlo (por razones personales, espirituales, etc.), pero en Occidente toda mujer que se cubre (al margen de sus motivaciones) es presentada como una víctima de la violencia “islamista”.

Bajo estos preconceptos occidentales, ¿cómo se puede explicar el hecho de que aquellas jóvenes musulmanas mejor formadas en la racionalidad científica, sean actualmente las más activas militantes para un retorno al uso del “hiyab”, así como al espíritu y valores de la época del Profeta?

En este proceso, en sus países de origen y en Occidente, estas chicas salen a la calle llevando un pañuelo que no es exactamente el de sus madres, sino un gesto que señala su voluntad de respetar sus tradiciones y valores, en suma, sus señas de identidad cultural y religiosa.

Es conveniente remarcar que, en la emigración, la recuperación de su uso se viene produciendo incluso contra la voluntad de algunos padres, temerosos de no poder casar a su hija “integrista” con un profesional liberal.

Nadie debe dudar que el Islam reconoció los derechos de la mujer y es allí donde las mujeres musulmanas vuelven a mirar para reivindicar su cumplimiento en la época actual.

Por lo tanto, es exigible el respeto hacia las decisiones de estas mujeres, teniendo en cuenta, además, que el uso del “hiyab” está plenamente justificado desde la legalidad de nuestro país que recoge el derecho a la libertad religiosa y a la libre expresión de las creencias. Máxime cuando en nuestros centros educativos existen personas como monjas que llevan toca (velo) y hábito (chilaba), y se pueden ver objetos religiosos como crucifijos, kippas, medallas marianas, etc.

Este colectivo de mujeres que reafirman su identidad islámica pero que al mismo tiempo defiende valores progresistas, va en aumento, y tiene derecho a su reconocimiento y respeto.

No obstante, es conveniente denunciar los intereses que están por detrás de estar esporádicas ofensivas contra costumbres de otras culturas que conviven en Occidente. Estas imágenes eurocéntricas, este antiislamismo es útil para Europa no sólo para mostrar la diferencia cultural con el sur mediterráneo, sino para estigmatizar a las poblaciones provenientes de ese sur.

Existe, por tanto, un amplio montaje de una alimentada confusión sobre el Islam que sirve para defender políticas represivas y asimilacionistas en el Norte, con medidas discriminatorias contra estos colectivos, como las políticas de distribución escolar o de integración social donde el objetivo es negar o legar la identidad de estas personas al ámbito personal.

Y en esta premeditada ofensiva contra el Islam, el teme de la mujer es el más utilizado para fines inconfesables. La verdad es que a una gran mayoría de occidentales no les interesa para nada la mujer musulmana, ni les preocupa cuáles son sus problemas e inquietudes. A Occidente lo único que le preocupa es el corroborar el cumplimiento de sus ideas estereotipadas, ya que se considera el único estandarte de la libertad y de los derechos humanos.

En este contexto, la mujer musulmana es invisible para Occidente. Nuestras visiones se han centrado en el Harén, el “velo”, la poligamia, etc. Cuando se habla de la opresión de la mujer en el Islam y de sus injustas leyes, se hacen referencias a prácticas culturales que en demasiadas ocasiones no son propias del Islam, pero aun así se les acusa de ser responsables (imposición del ‘burka’, negación a la educación, mutilación genital…).

Resulta insostenible identificar al Islam como el causante de las desigualdades de género. El Islam, como cualquier sistema de valores, es lo que las personas quieren que sea en cada momento. Como dice la escritora egipcia Nawal al-Sa’dawi: “[…] las razones que explican la situación de discriminación de las mujeres en nuestras sociedades, y las pocas oportunidades que tienen para progresar, no están en el Islam, sino más bien en las fuerzas políticas y económicas, en el imperialismo extranjero que opera desde el exterior y en las clases reaccionarias que operan desde el interior. Estas dos fuerzas cooperan, estrechamente e intentan malinterpretar la religión, y utilizarla como instrumento de temor, opresión y explotación […]”

Por eso, porque no es cierto que Occidente sea un modelo único y válido para todas las culturas, es por lo que muchas mujeres, precisamente las más cultas y preparadas, están dando fuerza a los movimientos que luchan por una recuperación del Islam en su mensaje más progresista e igualitario.

Que las mujeres circulen o no sin el “hiyab” es secundario. Lo importante es el vertiginoso cambio que se está produciendo. Cada vez más mujeres con ‘hiyab’ y si él ocupan espacios públicos, dirigen empresas, ocupan cargos políticos, etc. Cada cultura tiene su ritmo y el proceso de cambio ya ha empezado. Escuchemos sus voces y compartamos ilusiones.